La chispa que encendió Curacautín
La toma y posterior desalojo de un municipio en La Araucanía mostró la rabia con la que se convive en esta parte del sur. ¿Qué moviliza a una treintena de personas que nunca habían hecho algo así a hacerse de un edificio? ¿Qué asusta de eso a un pueblo? En Curacautín, la herida abierta volvió a sangrar.
Ninguno había participado de alguna toma en su vida, pero esa mañana, la del 27 de junio, los werkenes Gabriel Hualla, de 32 años, y Artemio Coñopán, de 37, se subieron a las 7.00 am a sus camionetas, junto a sus familias y una treintena de comuneros mapuches, para hacerse de la Municipalidad de Curacautín. Lo hicieron porque era lo que habían decidido entre todos, y porque así lo habían coordinado con las demás comunidades que se tomaron municipios en la zona. Era, pensaban, la única herramienta que tenían a mano para presionar y que permitieran a sus ocho presos de la Cárcel de Angol -3 condenados y 5 en prisión preventiva- cumplir sus castigos temporalmente en sus hogares.
-Los peñis llevaban 85 días en huelga de hambre cuando empezamos a organizarnos. Porque nos entró la desesperación porque el gobierno no hablabla. Entonces las comunidades decidimos movilizarnos y demostrar el descontento-, explicaría después Rodecindo Huenchullán, werkén de la comunidad de Trangol.
Artemio Coñopán, por lo mismo, antes de salir pidió en su rehue que todo saliera bien. Que ninguno saliera golpeado. Al principio pareció ser así. Llegaron al estacionamiento del municipio de Curacautín a las 8.30 y cerca de las 9 ingresaron. Ya había vecinos haciendo fila a esa hora. Ellos, dice Hualla, los miraron sorprendidos.
—Les dijimos que el problema no era con ellos, sino que con el Estado —cuenta Coñopán—. Nosotros estábamos apoyando a nuestros presos políticos.
—Algunos no querían salir —agrega Hualla—. “Esta es mi municipalidad”, decían. “¿Cómo los mapuches pueden hacer esto?”, decían. Pero nosotros les explicamos y al final se convencieron. Algunos nomás, eso sí. Fue todo sin forcejeo, sin pegarle a nadie.
Sin el alcalde presente, no demoraron más de 20 minutos en tomar el control del edificio de tres pisos. Aunque hubo algo que podría haberles indicado que quizás no todos ahí apoyaban lo que hacían. Una funcionaria, dice Hualla, al salir y llegar a la plaza, les gritó: “¡Terroristas!”.
Algunas cuadras más allá, en la comisaría, el mayor Fernando Mella recibió un llamado alertándolo de esto.
—Las personas estaban aterrorizadas —cuenta. Les dijeron que sí o sí tenían que salir.
Mella, de 42 años y nacido en Angol, ha pasado los últimos tres años en Curacautín. Por eso encontraba tan raro todo esto. En Curacautín, entendía él, la convivencia era buena. Los comuneros no se tomaban la municipalidad. El único antecedente, de hecho, había sido hace un par de años. Y lo habían resuelto durante la misma mañana. Así que ese lunes, como el alcalde Jorge Saquel no le pidió que desalojara, tuvo una reunión con el administrador municipal y conversó con el fiscal de la zona. Las órdenes fueron simples: mantener servicios preventivos alrededor del edificio.
Adentro, Juana Leviñir, de 39 años, tocaba el cultrún y sus trutrucas, y preparaba comida para todos los ocupantes. Los días partían temprano con las ceremonias de los werkenes, pidiendo respuestas del gobierno. Y eso, explica el mayor Mella, molestó a los vecinos.
—Tocaban trutruca a las cinco de la mañana. Se escuchaban ruidos permanentemente. Progresivamente rayaban los muros de la municipalidad. Salían a recorrer por todo el centro. La gente andaba atemorizada, porque andaban con palos.
La primera cadena de WhatsApp en Curacautín partió el martes:
“Como muchos saben, el día de ayer llegó una comunidad mapuche a tomarse la municipalidad, destruyeron muchas cosas y rayaron todo; esta gente ni siquiera es de estos lados, por lo que convocamos a una reunión y protesta pacífica mañana miércoles 29 de julio, desde las 10.00 am, en la plaza de Curacautín, para que abandonen el municipio, ya que es muy injusto que vengan a dañar un lugar que no les pertenece y que no tiene nada que ver con su movimiento”.
A esa manifestación, cuentan vecinos, no llegaron más de 15 personas. Ese mismo día los werkenes se reunieron con el alcalde Saquel, quien no quiso participar de este reportaje.
—El alcalde solamente dijo que no hiciéramos daño, estaba más preocupado de la pandemia —sostiene Hualla. Decía que a los ciudadanos de Curacautín les importaba eso. Que nosotros estábamos contagiados. Eso decía.
Un vecino de la comuna cuenta que los rumores por WhatsApp se siguieron esparciendo. Algunos creían que como era fin de mes, la municipalidad no podría pagar los sueldos si seguía tomada. Otros denunciaban que los mapuches tiraban piedras a los transeúntes.
Gabriel Hualla se dio cuenta.
—Cuando salíamos a comprar nos miraban de pies a cabeza. No decían nada, pero por atrás murmuraban.
Para el viernes, la convivencia empeoró. El mayor Mella asegura que comuneros rodearon uno de sus vehículos que hacía una guardia en la plaza, con funcionarios adentro, y le rompieron el parabrisas con piedras y palos.
Esa noche también circuló un nuevo audio de WhatsApp: “Chiquillas: me comunican del Departamento de Educación y de la municipalidad que con urgencia deben cerrar los jardines infantiles, porque lo más probable es que los mapuches se lo vengan a tomar”.
“Por favor, que corra la voz”.
El estudiante Rubén Torres había salido a comprar a la farmacia del centro de Curacautín la tarde del sábado. Cerca de las 19.00, estaba a punto de subirse al auto cuando observó a Víctor Hualla –pariente del werkén- y a Alfredo Pailahueque, ambos de 23 años, enfrentarse a un vecino.
—Estos peñis le apedrearon el auto a ese caballero, que les pidió a los carabineros de la plaza que intervinieran. Ahí empezó el conflicto. Entraron los carabineros y los peñis les pegaron con los palos que llevaban y les tiraron piedras a las camionetas. Estaban todos desesperados, porque así, de la nada, los peñis empezaron a tirar cosas y le caían a la misma gente que iba caminando.
En esa pelea, dos carabineros resultaron lesionados. Torres grabó todo eso y, después de arrancar, subió ese registro a sus redes sociales. Pronto el video circuló entre todo el pueblo.
Víctor Hualla dice que no fue así. Que fue a comprar pan y consultar su saldo en el banco, para ver si le quedaba plata. Y que a su regreso apareció una camioneta de Carabineros con funcionarios tratando de agarrarlo.
—Yo no había hecho nada y me querían agarrar —explica.
—Después de eso —sostiene Juana Leviñir— no volvimos a estar tranquilos.
Una parte de Curacautín sintió esa agresión como una declaración de guerra. Un vecino, por ejemplo, llamó al 133 y un funcionario de la comisaría le respondió. La conversación se filtró y comenzó a dar vueltas.
“Yo necesito que nos autorice —decía el vecino—. Nosotros tenemos un punto de encuentro, entonces puta, déjenos que nosotros saquemos a esos mapuches. Ya que el fiscal, el alcalde, no autorizan, puta, cómo van a destruir nuestro pueblo, nuestra ciudad, que a cada uno de nosotros nos ha costado. Y déjenos y mírennos nomás; si nosotros los vamos a sacar. Si no son más de 20 o 30. ¿Le parece o no?”.
—El funcionario que contestó el teléfono le da la explicación de que nosotros no podíamos llegar y dejar a esas personas indefensas — aclara el mayor Mella.
La conversación termina así: con el vecino respondiendo “ya, si igual vamos a ir”.
En otro audio que se viralizó en los días siguientes, un vecino explicaba el origen de la manifestación masiva. Se lo atribuía a la Manuel Rodríguez, una toma de 1973 que posteriormente se convirtió en población.
“Siempre andan criticando a la Rodríguez, que son puros delincuentes. Y ahí empezó el mambo, hermano. Un par de cabros se organizaron a sacar a esos cul… y era. Y hay que apoyarlos nomás pos. Si de Curacautín somos todos. ¿Cómo van a venir huevones a tomarse la huevada? De repente van a venir a las casas a dejar la cagada los cul…”.
Juana Pradenas, presidenta de la junta de vecinos de la Manuel Rodríguez, dice que sí hubo muchachos de su vecindario que participaron. Pero que no fueron los únicos, que vinieron de todo el pueblo. Pero que ese no era el problema:
—El problema —dice— es que estos mapuches no escuchan.
Fernanda Leviñir, de 18 años, estaba en el segundo piso observando cuando vio a la muchedumbre acercarse. Al principio sólo les gritaron cosas.
—Un caballero nos mira para arriba y nos dice: ustedes son los terroristas. Y nosotros no le dijimos nada, porque nuestro werkén nos había pedido que no cayéramos en las provocaciones de la gente. Pero luego llegó una ola de gente. Salían por todas partes. Yo estaba grabando con mi teléfono y de repente nos empezaron a tirar piedras.
Gabriel Hualla mandó a las mujeres arriba y les pidió a los otros comuneros que lo ayudaran a sujetar las puertas para que los vecinos no entraran. Una media hora después comenzaron los gritos.
—La gente decía “que los maten”, “hoy no sale nadie vivo” —recuerda Evelyn Hualla, de 26 años—. Cuando los mirábamos veíamos pura rabia.
En la plaza, Edgon Andana, un gendarme de 41 años, que en sus tiempos muertos hace de reportero aficionado para el canal comunal Más Curacautín, transmitía todo esto en vivo por Facebook desde su teléfono.
Eran alrededor de las 21 horas y su narración decía: “Podemos informar que a esta hora bastante público se está acercando a lo que es la municipalidad, manifestando el descontento por todos los problemas que ha afectado esta toma ilegal por parte de una comunidad mapuche, así que la gente se está manifestando, está reclamando sus derechos”.
La turba abrió los portones de la municipalidad y sacaron las dos camionetas de los comuneros que estaban estacionadas ahí. Una de ellas, la de Artemio Coñopán, había sido comprada hacía cuatro meses.
—Primero las hicieron tira por dentro. Después las quemaron —cuenta Gabriel Hualla—. Yo vi cuando las quemaron. Dije que no se podía hacer nada. Sólo proteger a las mujeres y a los niños que estaban arriba.
Ahí fue cuando el werkén llamó a sus pares que estaban en la toma de Victoria. Rodecindo Huenchullán iba a venir a apoyarlo junto a nueve comuneros más. Pero la protesta de Curacautín empezó a replicarse en cada uno de los otros cuatro municipios tomados.
Los comuneros armaron una barrera con sillas en la entrada y llegaron los carabineros liderados por el mayor Mella. La transmisión de Canal Más ya tenía siete mil conectados en un pueblo donde viven 25.400 personas. Mientras la gente aplaudía y gritaba “saquen a estos mierdas”, Andana relataba “vamos todo el pueblo, la gente también apoyando, entre todos, vamos que se puede”.
Sobre esa narración, hoy dice esto:
—Nosotros somos aficionados, no somos profesionales. Lo hacemos porque tenemos ganas de informar.
Cuando el mayor Mella se acercaba, vio que le lanzaban molotovs desde el segundo piso. Ante ese delito flagrante, dice, dio la orden de ingresar al edificio. Lo hizo, también, porque los vecinos querían entrar.
—No eran molotovs —aclara Gabriel Hualla—. Eran desodorantes en aerosol, tazas. No hallábamos qué tirar.
Tras tres intentos fallidos, carabineros lanzaron bombas lacrimógenas para acceder al municipio. Algunos vecinos también lograron entrar. Hubo golpes en las escaleras, mientras los comuneros escapaban al segundo piso. Desde ahí empezaron a lanzar más cosas. El mayor Mella recuerda incluso una impresora volando por el aire. El humo tóxico afectó más a algunos. Juana Leviñir y su hija de 12 años se retiraron a una pieza a vomitar. Domingo Coñopán, de 25 años, dice que unos civiles lo golpearon en el estómago y luego en la cabeza hasta que perdió la conciencia. Su cara aún tiene las cicatrices de esa noche.
—Yo sentí mucho miedo, porque andaba con gente, con niños chicos. Andaba con mi hija que es menor de edad —admite Artemio Coñopán.
La muchedumbre que había ingresado complicaba a Carabineros.
—Les pedíamos que nos dejaran proceder, porque ellos no sé qué querían hacer con los comuneros. Llegaban con fierros, con palos, un montón de cosas. Los manifestantes tenían rabia con las personas que estaban al interior y con nosotros, que no los dejábamos hacer nada. Para proteger su integridad los juntamos en un lugar y contuvimos hasta cuando entró la unidad de Control de Orden Público.
Ese momento, admite Juana Leviñir, fue cuando más temor sintió.
—Estábamos reducidos en una pieza y de repente empiezan a saltar afuera cantando “el que no salta es mapuche”.
—Afuera había mapuches saltando —admite Gabriel Hualla—. Eso es lo que a uno más le duele.
***
La ira no terminó con las detenciones. Cada vez que un comunero subía a una patrulla, los manifestantes golpeaban las puertas de los autos. Fue así en cada uno de los viajes, hasta las 2.00. A pesar de estar en horario de toque de queda, Carabineros no detuvo a ningún manifestante.
—Con la cantidad que eran, nosotros evitamos un mal mayor —dice Mella—. ¿Cuántos podríamos haber detenido en esa oportunidad? Yo creo que hacerlo resguardando la integridad de las personas que estaban al interior era imposible.
En la comisaría, una carabinera le dijo a Gabriel Hualla que en las otras municipalidades tomadas había pasado lo mismo. La derrota, esa noche, fue completa. Pero no sólo para ellos: el conflicto sin resolver en La Araucanía volvió a dominar la agenda y se tradujo en críticas para el actuar del gobierno y del nuevo ministro del Interior, Víctor Pérez, quien había visitado la zona días antes, declarando que no existían presos políticos mapuches e instando a los alcaldes a recuperar sus municipios.
El domingo, luego de pasar la noche en calabozos, unos 120 comuneros fueron a esperarlos fuera de la comisaría. Eso preocupó al mayor Mella, que los escuchaba cantar y hacer sonar sus cultrunes fuera de su oficina. Después del control de detención y de que los dejaran en libertad, Gabriel Hualla, Artemio Coñopán y el resto fueron a la municipalidad. Querían ver cómo quedaron sus camionetas, sus mantas y las otras cosas que habían dejado.
—Estaba todo quemado —admite Hualla—. No sacamos nada, porque no había nada que sacar.
Atrás de ellos iban el mayor Mella y un grupo de carabineros. Pensaban que intentarían volver a tomarse el edificio.
—Desde las esquina nos lanzaron unas piedras —dice.
Gabriel Hualla se fue en silencio de regreso a su comunidad. Nunca había tenido problemas con la gente de Curacautín, pero esto cambiaba todo.
—Nosotros nos vamos a hacer respetar como mapuches. Porque este racismo no lo podemos seguir aguantando. Esto no se olvida.
En los días siguientes las imágenes de los cánticos de Curacautín se reprodujeron en todo Chile. Desde distintos sectores políticos repudiaron el racismo que simbolizaban. Y eso dolió en el pueblo. Una usuaria en Facebook posteó: “Qué rabia que los curacautinenses queden mal parados. Pero nadie dice cómo se inició todo. Nadie menciona el audio de la chica asustada porque los mapuches estaban lanzando objetos y piedras a los vehículos. Nadie muestra los videos de varios mapuches menores de edad contra los poco y nada de carabineros que tenemos en Cura y que defendían los autos. Tuvieron que meterse civiles a defender a los polis. La gente de Cura se emputeció. Se organizó y en dos segundos fueron a sacar a las personas que estaban agrediendo civiles y vehículos. Lo demás es lo que aprecia en los videos. Una turba enfurecida por los actos de la gente que estaba en la toma. Señor, señora, a nadie le había importado la toma pacífica de los días anteriores. Todos ajenos a la toma de los fundos. ¡Pero comenzaron a agredir a curacautinenses y ese fue su peor error con respecto a la toma!”.
Lo que vino después fue la mecánica usual que suele darse cuando un Estado no resuelve un problema y, por eso, la respuesta queda en manos de civiles en forma de venganza.
—Han llegado amenazas —dice Edgon Andana—. Circulan fotos de uno que agredió a un comunero.
Por eso mismo, el gendarme dio de baja su canal, como tratando de borrar lo sucedido.
Una semana después, nadie en Curacautín quería recordar lo que había pasado el sábado.
Fuente: La Tercera