El buen lejos de Jorge Sharp
A meses de que el periodo municipal 2016-2020 llegue a su fase final (se aplazaron hasta abril dadas las condiciones sanitarias), conviene intentar un balance general de la gestión de la actual administración en Valparaíso y el estado actual de la ciudad.
La llegada de Jorge Sharp al edificio consistorial rompió con años de gestión municipal encabezada por liderazgos populares de dos partidos -la DC y la UDI-, quienes dominaron por muchos años la escena política local. Las primeras palabras del alcalde recién electo fueron: “se acabó la corrupción, aquellos que por años estuvimos molestos e indignados por una clase política que no ha dado el ancho. Esos explotados hoy día estamos tomando el futuro de una ciudad en nuestras manos. Y que lo sepan los poderosos que han estado cómodos en sus casas: hoy día llega la gente digna y decente va a gobernar y recuperar Valparaíso”.
La alcaldía ciudadana, como se denomina el proyecto político de las organizaciones que acompañaron a Sharp, se instaló con plena legitimidad democrática con el 53% de votación y la convicción refundacional que asistía a los protagonistas. Sin embargo, no tuvo que pasar mucho para que aparecieran las primeras grietas y los primeros indicios de que el proyecto de ciudad no estaba cuajado en el equipo municipal. De hecho, persisten serias dudas si el alcalde compartía ese proyecto desarrollado durante varios años por las organizaciones ciudadanas de Valparaíso.
El desmoronamiento se inició entonces rápidamente. Se perdieron las pocas confianzas existentes, se desvincularon profesionales destacados y los concejales electos afines al alcalde se pusieron en la vereda contraria y actualmente son parte de la oposición (mayoritaria) en el concejo municipal. El municipio se pobló de militantes de Convergencia Social (hoy ex convergencia social) y la mayoría de los funcionarios de carrera pasó a la categoría de sospechosos por haber participado de gestiones anteriores.
De ahí a la debacle había solo un paso; y vinieron los sumarios no realizados, la protección de funcionarios afines acusados de abusos, el gasto exorbitante en el desarrollo del Pladeco que, dicho sea de paso, fue denominado como el más caro de la historia, o del millón de dólares, puesto que los montos totalizaron $577.568.076. -de los cuales, $492.873.195. corresponden a personal contratado e imputado al subtitulo 21. Se suma también el mal proceder en el concurso de directores de colegios, que tuvo que ser anulado, la contratación de un numeroso contingente de militantes de confianza política y la negativa de firmar el acuerdo por La Paz y la Nueva Constitución en medio de la crisis social, que, dada la posición actual del alcalde, al parecer fue más por razones de ego (no aparecer en la foto) que políticas.
La pregunta entonces es, ¿qué pasó en la ciudad en estos cuatro años? ¿Dónde quedaron los proyectos de desarrollo que permitirían mejorar la calidad de vida de los porteños?, porque esa es la misión principal de un municipio y, en consecuencia, la del alcalde. Seguramente los hay, pero son escasos, y desafortunadamente han pasado a un segundo plano frente a los conflictos internos que ha tenido la actual administración municipal, sumado la poca destreza o derechamente la incapacidad para conseguir recursos y desarrollar proyectos.
Habrá que preguntarse también por qué la actual administración municipal ha desvinculado a un importante número de funcionarios municipales (muchos de ellos, en un comienzo, cercanos a la alcaldía ciudadana), pero los tribunales laborales los han devuelto a su labor, con un perjuicio económico para el municipio de aproximadamente $1.200 millones.
La gestión de la alcaldía ciudadana en estos cuatro años ha tenido más sombras que luces, y a estas alturas nadie entiende el desaguisado existente al interior de la municipalidad, ni menos cómo se llegó a que el alcalde perdiera la confianza hasta de sus más cercanos. Mientras tanto, en los extramuros del consistorial la ciudad se deteriora sin pausa y con mucha prisa.