El desafío de ser mayoría
Por: Andrés Rojo Torrealba., Periodista
Con casi el mismo sistema electoral actual, en el país se pudo disfrutar por casi medio siglo de gobiernos que contaban con la mayoría necesaria para cumplir con sus programas. Luego vino el sistema electoral binominal y lo que resultaba fluidamente como consecuencia de los acuerdos de los tres tercios en que se dividían los partidos por entonces (Centro, Izquierda y Derecha) se convirtió en una imposición, pasándose además de tres tercios a dos mitades, sacrificando la existencia del Centro.
Hoy, que hemos vuelto al sistema electoral de ese medio siglo de crecimiento de los tres tercios, pero con una cultura política de dos mitades, estamos comprobando que ninguna mitad logra asegurar la mayoría que se requiere para hacer un gobierno sin mayores dificultades que las habituales. En lugar de crearse dos grupos grandes durante el binominal, se crearon dos pactos, sí, pero rodeados por cada flanco por innumerables grupos, partidos y movimientos menores que, luchando por el protagonismo y los votos, compiten por adoptar posturas extremas.
No es un análisis antojadizo. En esta fecha, a poco más de seis meses de la próxima elección presidencial, hay diez candidatos de la oposición y cuatro del oficialismo. Hasta ahora. Y eso va acompañado de un grado similar de fraccionamiento para las elecciones parlamentarias. Si bien es posible reducir la cantidad de candidatos presidenciales a través de elecciones primarias, de todos modos quedarán cuatro o cinco con algún grado de posibilidad de obtener resultados auspiciosos, más otros tantos que competirán por atraer un poco de televisión, pero el resultado es el mismo: Al cabo de la segunda vuelta presidencial, tendremos un sucesor para Piñera que no tendrá mayoría por la abstención de los votantes que no se sienten interpretados y por el apoyo de otros que lo votan como un mal menor, simplemente para que no sea elegido su contrincante, aunque sin convicción ni compromiso.
Los países que progresan son los que resuelven sus diferencias con eficiencia y acuerdan una estrategia de desarrollo que no se altera por décadas. En Chile aún estamos discutiendo sobre las fortalezas y debilidades del modelo económico y dedicando la mayor parte de nuestras energías a evitar que quien piensa distinto pueda hacer algo.
Es como si el fin del binominalismo hubiera desatado un apetito disimulado por años para imponer recetas mágicas a los demás desde minorías iluminadas, sin considerar que los cambios estructurales permanentes son los que provienen de las mayorías, una tarea que parece imposible mientras sigamos engolosinados como profetas que anuncian la verdad definitiva a los cuatro vientos, sin haber preparado antes la tierra para que acoja a esas semillas supuestamente milagrosas.