La Convención y los amarillos
Por: David Suazo Guastavino, 33 años, Director Ejecutivo de la Fundación Ciudad Nuestra, Viña del Mar.
Durante estos días hemos visto mucho debate acerca de lo que ocurre en la Convención. Me parece prudente decir 2 cuestiones que cohabitan y que no son excluyentes. Primero, es natural que hayan opiniones de todo tipo y calidad, que no nos representen ciertas redacciones o modos de expresión en la Constitución, e incluso que la esencia de sus artículos no nos identifique. Este hecho sostiene una regla de la democracia, la “base de cálculo”, en donde todas las ideas están presentes en el debate y todas las ideas son respetadas, y todas las ideas están en la papeleta electoral. Y si se quiere hacer un movimiento con ideas amarillas, puede hacerse y si se quiere crear uno de color rojo o azul también. Sólo se exige – en democracia – que se excluya la violencia. Entonces, no hay problema alguno en que los amarillos de siempre quieran impregnar de sensatez concertacionsita a una Convención Constitucional joven, diversa, con ideas que parecen a ratos disparates.
Pero, la segunda cuestión que digo es aquella que pareciera no comprenderse. Veo a ratos que se olvida, me atrevo a decir que a veces, intencionalmente. Y es lo que se llama “la base de porcentaje”, la cual simplemente sostiene que de la base de cálculo (todas las ideas, incluida las de las DC y las amarillas) el pueblo soberano (el que sufraga, no otra concepción tendenciosa) escoge las ideas que más se le acercan y a quienes las representan en tal o cual cargo.
Vale la pena, entonces, recordar con nostalgia que las ideas amarillas no obtuvieron el respaldo popular para redactar la próxima constitución y aunque sus rostros pueden reunir firmas por Internet, manifestarse por El Mercurio, juntarse a hacer un Banderazo o instalar una tesis política, NO pueden (ya que no fueron esas ideas ni sus voceros los votados para la labor constituyente) pretender dominar el debate de la convención.
El sólo intento de buscar un intersticio comunicacional para horadar los cimientos de los que se está haciendo en la convención es profundamente antidemocrático. Porque la democracia exige respetar sus veredictos, ganen nuestras ideas o pierdan, como es el caso de los amarillos queridos.
¿Significa lo anterior que los pensamientos amarillos, moderados, hipergradualistas, deben ser desestimados? Claro que no. Deberán hacer campaña y ganar en la única cancha que vale en la política, más allá de las declaraciones y las cartas publicas: la cancha de las elecciones. Y en el último partido jugado, tal vez el más importante del último tiempo, las ideas amarillas fueron derrotadas. Asumirlo es bueno, no querer torcer la voluntad popular es obligatorio, buscar aportar sin estratagemas, es realmente noble.